Familia y nueva normalidad

En este texto, los autores abordan un tema fundamental para nuestra época y para la vida social, la familia. Comienzan con la idea de la familia como un “NOSOTROS” que mantiene su continuidad en el tiempo, analizan la situación de la Pandemia, remarcando la necesidad de respetar, al mismo tiempo, la individualidad. El concepto kantiano de autonomía llevado a este ámbito nos muestra la necesidad de resaltar en ese medio nuestras necesidades, deseos, pensamientos y sentimientos. Para terminar, la idea nahuatl de armonía, ayuda a reflejar varios elementos que se relacionan con un movimiento coordinado que pueden realizar los miembros de la familia en los tiempos de crisis.

David Sumiacher

Miguel Ángel Zapotitla, Paulina Ramírez y Claudia Abigail García (México) son filósofos prácticos, activos difusores y formadores de diversas áreas de la práctica filosófica en México y otros países. Todos ellos desarrollan importantes funciones dentro las áreas nacionales e internacionales de CECAPFI.

Enviado el: 19 de agosto de 2020

En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos

FAMILIA Y NUEVA NORMALIDAD

Cuando empecé a amarme a mí mismo, me liberé de todo lo que no es bueno para mi salud: la comida, la gente, cosas, situaciones, y todo lo que me trajo hacia abajo y lejos de mí mismo. En un primer momento llamé a esta actitud ʽun sano egoísmoʼ. Hoy sé que es ʽamor propioʼ
Charlie Chaplin

I. La familia

Desde la perspectiva que tomaremos, la familia es un conjunto de personas que están “unidas” por un grado de parentesco o amistad, lo que los lleva a compartir un vínculo y, en la mayoría de los casos, a vivir juntos, compartir momentos, espacios, situaciones, decisiones, etc. Este conjunto de personas llamadas familia, son una estructura que fomenta y concibe valores, creencias, ideas, etc., que luego se ven reflejados en la sociedad. Comparten un vínculo que les hace pensarse como un grupo, entendiendo a un grupo como Mónica Kac lo define: “Un conjunto de dos o más personas que interactúa en un tiempo y espacio determinados, con consciencia del ‘NOSOTROS’ y que establecen normas y principios de acción que aceptan, para alcanzar metas o fines comunes” (KAC, 2010, 14). Por lo tanto, la familia es un grupo, pero tiene algo más que traspasa la barrera de lo grupal: viven juntos, se construyen de una forma permanente y en un conjunto movimiento. En principio, la familia no se forma para cumplir una tarea específica, se va definiendo, construyendo, creando en el tiempo y es posible que llegue a un final, pero no por haber cumplido su propósito, sino por el desarrollo mismo de esta construcción. Es decir, no tiene un término establecido, como sí lo tendría un grupo escolar o un grupo de apoyo solidario, donde su propósito está en la tarea que realizan. La familia no tiene este propósito de manera explícita, hay razones de ser y estar de la familia, pero no un fin. Se construye bajo el interés común. El ‘NOSOTROS’ que es la familia no apunta a una temporalidad estricta, y esa distinción con los otros tipos de grupos es la que implica que la construcción de los vínculos sea diferente.

El ´NOSOTROS’ de la familia, aunque tiene un inicio, se mantiene en movimiento indefinidamente. Este movimiento constante implica una construcción de vínculos que también se mueven, se modifican con el tiempo, tiene que ver con las decisiones que se toman, las situaciones del contexto. Si hay hijos, los vínculos son distintos cuando están en su infancia a cuando están en la adolescencia o adultez. Lo mismo pasa con las parejas, quienes van modificando con el tiempo la distancia que tienen entre sí, en los diferentes sentidos, trato, palabras que se dicen, formas de interactuar, entre otros modos y escenarios. Las muchas formas en las que se construyen las familias nos da también una idea de la variedad de configuraciones y movimientos que se pueden crear. No es lo mismo estar en una familia con personas de la tercera edad, con personas con alguna discapacidad, en una familia homoparental, en familias construidas por amigos, etc. Y si bien, esto pasa en todos los grupos, se modifican las formas con el tiempo, lo distinto en la familia no son solo esas modificaciones, sino la permanencia y adaptación que sucede en ellas. Se van moviendo todo el tiempo, construyendo algo más que un grupo, una comunidad. De tal modo que las personas actúan con la familia, en la familia, sin la familia o a pesar de la familia, se vuelve un núcleo y referencia en la vida. Ese contexto, es el que permite que la energía fluya desde ella y hacia ella permitiendo, en principio construir y re-construir los vínculos en esa experiencia y relación cotidiana que implica vivir junto a alguien con quien se tiene un parentesco o cercanía, que hace en común, que es en común.

Aunque es cierto que cada miembro tiene su propia identidad y realiza una parte de su vida sin la familia, no deja de ser parte de ese ‘NOSOTROS’. Puede tomar sus decisiones, ir, venir, viajar, dejar a la familia atrás. Pero aún así, esto no lo le hace dejar de pertenecer. Su libertad dentro de la familia radica en el espacio que le de a este “NOSOTROS”. Pero, ¿qué sucede cuando la familia se vuelve todo el espacio donde nos movemos? ¿Familias viviendo y conviviendo 24 horas, los 7 días de la semana? ¿Qué distancia hay entre los padres con los hijos, entre los hermanos? ¿Dónde inicia una persona y termina la otra en ese ‘NOSOTROS’ ahora tan amalgamado? ¿Es posible oírse a uno mismo ante el ruido de los otros? ¿Quién soy cuando soy los otros?

II. La pandemia

Esta pandemia nos ha mostrado nuestra fragilidad de muchas y variadas formas, algunas de las cuales no teníamos siquiera idea que fueran a aparecer. Absorbidos por nuestras rutinas, en un mundo estable que no creíamos que acabaría, imaginábamos muchos mundos, pero no uno donde estuviéramos encerrados, aislados y sin mucho movimiento al exterior. Prueba de ello, son las variadas resistencias que se manifiestan en los desórdenes del sueño, el aumento de los episodios de ansiedad y depresión, los problemas de alimentación, el aumento de la violencia en el hogar, etc. Los cuales son formas de mostrar la añoranza al mundo de “antes”, la frustración por lo perdido y el dolor que causa la incertidumbre.

Si bien es cierto que nosotros creemos en la necesidad y la bondad de construir una comunidad, de ser un “NOSOTROS”, también nos preguntamos sobre los límites para estar con los demás. Pues no podemos ignorar el hastío que provoca convivir (más si es todo el tiempo, irremediablemente), el deseo de individualidad y la posibilidad de encontrar algo bueno en el egoísmo. Si bien la familia por su propio carácter, une, también puede dividir, eliminar. En este caso, pareciera que la familia asfixia la individualidad, invade los espacios, desdibuja a los sujetos. De un día a otro, la familia se metió en todos los lugares, como si de una sombra se tratara, creando un ciclo continuo que pareciera no terminar. Muchos dicen por ahí “ya todos los días son domingo”, lo que dan a entender es que el día de descanso, el día de compartir, dejó de serlo, ahora ya da lo mismo y eso ha perdido su sentido. Queremos dar fin a este eterno domingo, pero no sabemos cómo. Lo que sí sabemos es que no podemos ser familia todo el tiempo, que necesitamos nuestro espacio, nuestra calma, nuestros silencios y nuestros ruidos.

Y vale la pena, entonces, hacer una defensa de la individualidad, defender nuestro espacio, ir a nuestro tiempo. Volvernos dueños de nuestra circunstancia, no dejar que la familia como ente totalizador nos absorba. Somos una comunidad, pero cada comunidad se compone de individuos diferenciados que sienten, que aman, que desean, que piensan, que deciden. Que tienen su propia voz. De esta forma podemos ver que la autonomía es un concepto clave para nuestros tiempos de pandemia, pues esta no se limita a las aspiraciones individuales, pero tampoco las elimina. Nos permite crear ese vínculo entre nuestra propia forma de ser y los acuerdos colectivos, es una guía para el actuar libre y responsable. Nos permite cuidarnos y, al mismo tiempo, cuidar al otro. La autonomía se ejerce conforme a cada circunstancia, delimitando los ámbitos de acción de la persona. Por ello, resulta fundamental pensar el rol que tenemos dentro de la familia, las posibilidades de acción concretas y los límites de nuestra libertad. Somos autónomos, en la medida en que somos seres sociales, pues nos diferenciamos del resto, pero buscamos el bien común.

Es ilusorio pensar que sin esforzarnos podemos llegar a vivir bien. La autonomía, como diría Kant, requiere de ser valiente, para hacer uso de nuestras propias capacidades y construir un sentido personal y único. La valentía puede expresarse de dos formas. Por un lado, se requiere ser valiente para dejar la tutela de otros y esperar que nos resuelvan la vida, o pagar para que lo hagan; por el otro lado, para dejar de tutelar a los demás, para poder verlos como personas, como fines en sí mismos. De esta forma, podemos decir que cuando la familia nos absorbe, es porque la propia autonomía no ha sido bien lograda, y requerimos ser valientes para dar nuestra voz y al mismo tiempo silenciarla. Si queremos construir un nosotros, es necesario esforzarnos, pues, como diría Platón, no hay camino fácil para lo verdaderamente importante. Si hoy en día la familia es sumamente importante, vale la pena preguntarnos ¿qué caminos vamos a construir? ¿Qué límites vamos a poner a los otros? ¿Qué límites vamos a ponernos a nosotros mismos? ¿Cuán invasivos somos del espacio de los demás? ¿A quien tutelo innecesariamente? ¿De qué tutela me tengo que liberar?

III. La armonía

La armonía refiere al movimiento universal y cosmológico. En náhuatl, la palabra se vincula con el movimiento del corazón. De este modo, sostendremos que no es casual esta asociación, pues, como diría Wilhelm Reich, “en nosotros pulsa el movimiento de la vida”. El corazón tiene pulsaciones, tiene movimiento, es nuestro motor de vida y nosotros simbólicamente asociamos al corazón con el amor, el amor a la vida, a las plantas, animales, etc. El amor se encuentra en muchos ámbitos de nuestra existencia, por lo que es importante diferenciar el amor propio, el amor a mi persona, del amor familiar, puede ser a la familia política o la familia sanguínea, a los amigos o a personas que se encuentran cerca de mi. La familia se constituye de los vínculos que se van formando entre las personas, como mencionamos antes, por lo que, un elemento importante en la generación de buenos vínculos es el amor a uno mismo. Aristóteles considera que hay un cierto tipo de egoísmo que lleva a la búsqueda de la virtud y la belleza, al buen obrar. Así, este acto no es censurable, porque se basa en la búsqueda de la felicidad para sí mismo, en principio; pero, al mismo tiempo servirá y enriquecerá a la comunidad de la que uno es parte.

¿Qué sucede con esta relación en primera persona? Lo que podemos observar es que de acuerdo a mis hábitos y concepciones, emociones y pasiones, es como me relaciono con los demás. La relación que tengo con mi persona, me llevará a construir o arruinar el vínculo que tengo con los otros. Por ejemplo, si yo estoy contento, seguramente trataré muy bien a los demás. Sin embargo, si estoy molesto o triste eso es lo que transmitiré a los que convivan conmigo. Para tener vínculos permanentes y agradables, tenemos que conocer lo que nos gusta y lo que nos disgusta. Para lograr una buena comunicación con las personas que nos rodean es necesario establecer acuerdos que nos convengan para la convivencia. En estos momentos, la convivencia suele ser más común, los momentos privados o individuales se han limitado por las condiciones que estamos atravesando, sin embargo, dentro de la convivencia se pueden encontrar estados de paz, de tranquilidad, de diversión e incluso de discusión productiva. Tenemos la oportunidad de ser más ordenados y decidir cuales son los momentos que queremos convivir en familia, en grupo, en comunidad. No necesitamos estar en una casa sola, sin compañía, para buscar esos espacios que nos hagan sentir a gusto con nuestra propia persona. Por otro lado, si es el caso y nos encontramos en un lugar solos, esto es una gran oportunidad para mejorar la relación que tengo con mis hábitos, mi alimentación, mi higiene etc. Por eso los griegos de la antigüedad afirmaban: “conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses”, nunca es tarde para seguirnos conociendo y transformando. No tener miedo de expresar nuestras necesidades es una forma de atrevernos a darnos nuestro espacio.

En esta época de confinamiento, tenemos la oportunidad de reinventarnos, de considerar todo aquel conocimiento adquirido y aplicarlo de forma responsable, para el propio bienestar y el de los demás. Se trata de construir nuevos caminos que nos lleven a una mejor comunicación con nuestra familia, evitando la agresión, la pelea. Si es necesario discutir, que sea por medio de un diálogo, con el fin de establecer mejores circunstancias para una vida plena. De tal forma que surja la armonía en medio del caos, entendiendo que si yo tengo armonía con mi propio cuerpo, mi espacio, mis emociones, mis pensamientos, lograré crear lugares de armonía junto con otros. Esto se puede conseguir, comprendiendo lo que corresponde a mi acción y lo que no, deteniendo el impulso de querer abarcarlo todo, reconocer las emociones que están en la base de la situación que enfrento y, luego, acordando medios que sean funcionales para mí y para los otros sin necesidad de imponer. El amor es también cuidado, y hoy se vuelve necesario cuidarnos unos a otros, en medio de una realidad que nos empuja al cambio. Por eso es interesante poner orden en el caos por el que estamos pasando, sin temer a la transformación. La armonía puede ser, entonces, lograr equilibrar los diferentes ámbitos de mi persona con relación a mi familia, a mis amigos y a las personas con las que me rodeo, sin perder mi identidad y compartiendo con los demás la realidad que hoy estamos viviendo.

Amor a sí mismo, autonomía y un “nosotros”, son aspectos que tienen que acompañar siempre a la familia, pues abren las condiciones para desarrollar tanto comprensión como límites. Interactuar amándonos a nosotros mismos, valorando nuestro ser y construyendo un sentido propio que nos haga libres y que no limite a los demás, esa es la invitación de este texto. Hagamos un “NOSOTROS”, un nosotros que incluya estos conceptos tan importantes en nuestro presente. La familia, elemento necesario y crucial para el desarrollo de nuestra humanidad; la Pandemia, elemento que se ha sumado, por lo menos hasta que no nos adaptemos al virus; y la armonía, la cual opera como factor vinculante con nuestro propio ser, con los demás, con la naturaleza y el universo.

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