Ambigüedad y toma de decisiones

David Sumiacher (Argentina) es Director General de CECAPFI con sedes en México, Argentina, Colombia e Italia, conferencista internacional, difusor y actor activo en el campo de la práctica filosófica. Autor de diversos títulos relacionados a la filosofía y la práctica filosófica en sus distintas ramas.

Una variedad de aspectos son considerados en este artículo del filósofo David Sumiacher. La Pandemia del covid-19 no es igual si dura un mes, seis meses o se proyecta a durar uno o varios años… Lo que el autor sostiene es que, más allá de cualquier circunstancia, aún con todo y esta crisis, debemos aprender a tomar decisiones. El análisis de la ambigüedad de nuestra época remite al tema de la muerte, a la necesidad por el trabajo y por el contacto con los otros. Allí puede verse un fino análisis de la compleja circunstancia que vivimos hoy. Por otro lado, indaga acerca del uso y tratamiento que deberíamos dar a la estadística, como un aspecto que ha de tener un lugar en nuestra vida, pero limitado a ciertos ámbitos y momentos particulares. Tocando a autores que van desde Levinas y Damasio hasta la filosofía estoica, Sumiacher nos presenta una propuesta muy clara para poder construir y tomar decisiones en nuestro tiempo: Buscar lo necesario con todo ahínco, sopesando las diversas caras de la realidad, en un vivir cambiante del que somos protagonistas.

    

Enviado el: 21 de enero de 2021

Ambigüedad y toma de decisiones

La ambigüedad es parte del sentido natural de la vida o la existencia. Un “buen” trabajo tiene siempre sus particulares “contras”, una “buena” persona puede terminar por cansarnos o siempre tiene sus bemoles. Cuando disfrutamos del descanso no estamos trabajando y cuando trabajamos no estamos relajados y sin preocupaciones. Muchas veces resulta que la ambigüedad propia de la existencia no nos afecta demasiado, debido a que establecemos parámetros que nos permiten priorizar un aspecto sobre los otros y tomar decisiones respecto a lo que hacemos. “Aunque duerma poco prefiero terminar este trabajo”, “Por más que él/ella sea así, prefiero compartir mi tiempo con él/ella”. La habilidad de priorizar y tomar decisiones en medio de la ambigüedad ha sido tratada en la historia de la filosofía y también por las prácticas filosóficas como la filosofía con o para niños o la consultoría filosófica. Mientras mayor es la ambigüedad, más difícil es tomar una decisión, porque los aspectos puestos en juego son más variables. En los tiempos del covid-19 vivimos una época de gran ambigüedad.

Basta ver las medidas y reacciones tan diferentes que se toman en cada país frente a un fenómeno aparentemente igual. Desde el control policial de la población (como sucede en China o ha ido sucediendo en distintos países de Europa o América) a medidas muchísimo más leves respecto al confinamiento y la detención de la actividad económica. Esto varía, además, de momento a momento, lo que vuelve la situación más inestable, aumentando la dificultad para entender lo que pasará la próxima semana, el próximo mes, el próximo año… El punto es que si la ambigüedad propia de nuestra época impide que los ciudadanos tomen decisiones, el resultado es la parálisis; lo que no es solamente un estado de quietud, sino una condición de aterramiento, de inacción y detención en el desarrollo de nuestras facultades humanas. Tenemos que saber tomar decisiones, aun en medio de la ambigüedad y la contradicción, y la única forma de poder hacerlo es ponernos cara-a-cara, como invitaba Levinas, con esa ambigüedad.

La primera causa de la ambigüedad propia de nuestro tiempo, es la presencia de la muerte. Más allá de que, como suele decirse, “nadie sale vivo de esta vida”, solemos ser inconscientes respecto a esta realidad, sea por temor o ignorancia. El halo de ambigüedad en que la muerte estaba envuelta se vuelve ahora parte de nuestra vida cuando ella se pone en primer plano en los medios de comunicación, en las conversaciones que tenemos con otras personas y en nuestro propio pensamiento. No sabemos cómo tratar con el asunto. Las enfermedades siempre han existido y la gente siempre se ha muerto por ellas. Las muertes por enfermedades cardiovasculares por año son casi ocho veces más que los muertos que llevamos por covid, y las muertes por cáncer cuadriplican también este número. Esto no significa que no haya que cuidarse o que esta enfermedad deba

tomarse a la ligera. Significa que, finalmente, como tantas, es una enfermedad más que nos confronta con la ambigüedad de la muerte. Y, aun teniendo a la muerte a la vuelta de la esquina, tenemos que decidir cómo vivir. Esto implica, desde ya, un mayor valor ante la realidad, ante la fragilidad de la existencia, la que invitaba a ver Luca Scarantino en un texto de esta misma colección.

Más allá de las vacunas (de las que no tenemos aún demasiada certeza en su capacidad de combatir a esta enfermedad o sus mutaciones) y de los meses o años que pueda tardar su distribución, el confinamiento sigue siendo la “medida” principal para un presunto control del virus. Pero las personas tienen necesidades. Es la necesidad de trabajar otro de los aspectos que acentúa la ambigüedad de nuestro tiempo. Para gran beneficio de las technology companies, buena parte del trabajo se ha vuelto virtual, cosa que también tiene algunas ventajas. Pero muchos trabajos no pueden desarrollarse en la comodidad (o incomodidad) de la pantalla de un ordenador. Por esa razón, en diversos países las poblaciones se han resistido frente a las segundas o terceras medidas obligatorias de confinamiento. El trabajo nos permite cubrir las necesidades básicas de la vida, por lo que, luego de un cierto tiempo, se empieza a poner en la balanza el riesgo de contagio frente al riesgo de no tener qué comer o dónde dormir. Además, el trabajo es una forma de desarrollarnos. Finalmente, la vida se ve “asediada” desde distintos ángulos. La microfísica de las decisiones debe verse atravesada respecto a este cuestionamiento que realiza la necesidad de trabajar.

Pero, también existen otras necesidades, como por ejemplo la de los vínculos, la de convivir con otros. Una reclusión de uno, dos o tres meses, es distinta a una que se proyecta para un año o… ¿varios años? Las necesidades afectivas e intersubjetivas son un aspecto fundamental hoy para la construcción del concepto de salud, que sin lugar a dudas debe considerarse de manera interdisciplinaria. La gente muere de covid, ¿pero no podría morir de tristeza? ¿En qué medida las relaciones con los otros son un factor que debería ser considerado seriamente para la mantención de la salud y el sistema inmunológico? Nuestras necesidades tienen que ser también consideradas para las pequeñas decisiones que incluyen el visitar o no a nuestros padres, abrazarlos o no abrazarlos, ver o no ver a alguien que es especial para nosotros. La depresión, la ansiedad y otros males como consecuencia del aislamiento extremo, aún no se ven en las estadísticas. Eugenio Echeverría hizo en esta serie de textos, una excursus del derecho de las personas de la tercera edad a decidir por sí mismos. Pero no solo la gente mayor debe decidir. En algunos países, como Argentina o Francia, luego de implementar duras medidas de aislamiento obligatorio, surgieron oleadas incontenibles de gente que salía a las calles sin ningún tipo de cuidado. El resultado finalmente fue peor. ¿Es egoísta hacer este tipo de cosas? Ninguna ética puede constituirse sin la consideración de las necesidades de los sujetos, además de las

necesidades “sociales”. Evidentemente entre ellas debe establecerse algún tipo de diálogo.

La afectividad, íntimamente ligada al sentido del “tocar” que hoy se ve reprimido, es uno de los aspectos que deberá ser objeto de estudio y desarrollo, especialmente en los próximos años. Las personas tienen, en el momento actual, que pensar en ello y pensar con quiénes se ven y con quiénes se tocan. El académico Ashley Montagu demostró las importantes relaciones que existen entre el sistema nervioso y la piel; mientras para Antonio Damasio existe una vinculación entre el sentido del tacto, los “marcadores somáticos” y los sentimientos2. Necesitamos de los demás, pero a la vez, existe un factor de riesgo. Sé de parejas o personas que, viviendo en la misma casa, se mantienen aisladas. Conozco personas que no se han acercado a nadie en los últimos 9 meses. Una de ellas, una entrañable amiga y excelente colega de la filosofía, falleció ahora comenzando el 2021, pero no de covid. Aunque se encontraba antes en buen estado de salud, su estado anímico la fue hundiendo en el pozo de la inactividad y la tristeza. Es muy fácil ser escépticos de este tipo de cosas, aunque hay muchos estudios sobre la relación de este tipo de problemas con el sistema inmunológico3.

¿Qué forma de vida es la correcta? ¿Qué decisiones hemos de tomar respecto a nuestros vínculos y a nuestra vida? Muchas personas no están acostumbradas a tratar con las cuestiones estadísticas. Además de que las estadísticas que hoy se nos presentan son sin duda un exceso y permanentemente cambian, la estadística ha de tener un espacio delimitado dentro de la vida. Imaginemos a un alpinista que se encuentra subiendo una peligrosa cumbre, pero que su mente se encuentra permanentemente pensando en las posibilidades de caer. Es verdad que el alpinismo es un deporte de alto riesgo, pero el alpinista debe reflexionar y hacer uso de la estadística antes de elegir el cerro o la montaña que va a escalar. Así, analiza la circunstancia, mide los riesgos y toma una decisión. Una vez tomada la decisión, la estadística ya no tiene ninguna utilidad y pensar en ella es más perjudicial que benéfico. La estadística tiene que ver con nuestra capacidad para sopesar y tomar decisiones y por supuesto que es bueno usarla. Sin embargo, aunque pueda sonar un poco esquemático, hay momentos para tomar decisiones y momentos para llevarlas a cabo. Mezclar estos ámbitos lo único que hará es sumirnos en la confusión.

Quienes eran maestros en este tipo de cosas, respecto a tomar decisiones en épocas de gran ambigüedad, eran los esto i cos . De hecho , el contexto en el que vivían era igualmente un contexto de crisis. Por eso desarrollaron una serie de orientaciones y preceptos para desarrollar un vivir que pudiera resistir a la adversidad, con la muerte a la vuelta de la esquina. El Manual de vida de Epictetoo comienza demarcando la distinción de aquello que depende y de lo que no depende de nosotros4. En un tono muy similar Séneca instaba a darnos cuenta que: “sufrimos más a menudo por lo que imaginamos que por lo que sucede en la realidad”5. Seguramente podremos ver muchas relaciones con nuestra realidad. Más aún, este pensador nos invitaba a que:

“Así, pues, ¿qué te aconsejo ahora que hagas? Nada nuevo —ya que tampoco buscamos remedios para nuevos males—, sino primeramente que distingas en tu interior qué es lo necesario y qué lo superfluo”6

La vida y la mantención de la vida co-existen en un ciclo de retroalimentación mutua. Las cosas necesarias no son evidentes a los ojos, deben ser buscadas por nosotros constantemente y con todo afán. Hoy en día, distinguir lo necesario de lo no necesario es un verdadero arte, exige la puesta en funcionamiento de multiplicidad de capacidades y destrezas.

Hoy en el mundo, hay personas que se cuidan solo en ciertas cosas. Hay quienes escogen cuidadosamente sus contactos y solo mantienen con ellos cercanía. Otros, tomando el mayor recaudo y cuidado, deciden acercarse a un ser amado. Algunos, no extienden la línea de vinculación con los demás más allá de sí mismos. Además de ello esto puede cambiar en la medida en que pasa el tiempo. Este amplio abanico de posibilidades tiene que ser contemplado, como buscaban los estoicos, a través de una profunda sabiduría y una visión integral de la realidad y de nosotros mismos. La vida siempre ha implicado un riesgo. Tomar decisiones hoy responsablemente implica evaluar la amplia variedad de factores que nos presenta la realidad. Sopesarlos en el fuero interno de nuestra consciencia y valientemente enfrentarnos a la vida cotidiana es parte de los retos que hoy acontecen, prácticamente, a nuestra población mundial. El buen sentido, el sentido común, no siempre es la cosa mejor repartida en el mundo. Es muy fácil hoy caer en todo tipo de extremos. El poder pensar la cotidianidad con cierta sensatez, con cierta “sabiduría práctica”, es parte de lo que requieren poner en funcionamiento los tiempos que corren.

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