Contracultura del desmadre
Por Sergio E. Cerecedo
Dice la historia oficial, por si a estas alturas del partido aún no se sabe, que unos chavos de un colegio gringo a principios de los 70´s empezaron a reunirse a la hora en que terminaban los castigos y todas las actividades escolares —A las 4:20— a fumar marihuana y relajarse un rato, y que ese hábito pronto se popularizó en todo California, después en el país, al grado de ahora haberse instaurado el 20 del cuarto mes como una celebración de la lucha por el libre consumo de cannabis, logrando, tardía y medianamente, un poco de lo que el movimiento hippie había soñado.
En el cine, aunque durante los 60´s existieron exponentes del tema de las drogas como la legendaria “Easy Rider” —1969— de Dennis Hopper y “The trip” de Roger Corman —más centrada en el LSD—, unos años después la sátira animada “Fritz the Cat” y una película de risa involuntaria financiada por un grupo religioso llamada “Reefer Madness” que durante esa década se volvió a popularizar como cinta exploitation, no se había terminado por explotar el tema de una manera “actual” y que le significara al imaginario colectivo. Es así que a finales de la década, dos comediantes de centro nocturno se alían con el productor discográfico Lou Adler, productor ejecutivo de la icónica “El show de terror de Rocky”, para llevar a cabo la que sería la película pionera de las “Stoner movies”, que irían mutando hasta las aventuras de pachecos y gente que experimenta con las drogas que conocemos en nuestros días.
“Up in smoke” es sencilla y enlaza las vidas de dos jóvenes adultos. Pedro, un chicano de barrio que vive con sus padres y una decena más de parientes encimados en un suburbio de los ángeles, se despierta a la hora que se le da su gana y maneja una carcacha tuneada a su antojo —al menos por dentro—; y un heredero millonario con costumbres hippies, pero entorno de yuppie, a quien pronto se une por una divertida casualidad —un accidente carretero donde Man —Tommy Chong— se hace pasar por mujer para conseguir aventón y es levantado por Pedro. Al desilusionarse por la realidad, Cheech entabla la plática, hay tensión y sus pensamientos realmente son opuestos, pero cuando sus diferencias llegan a un punto álgido en el que usualmente se mandarían al diablo, Cheech saca la pipa de la paz que los termina de encaminar como una mancuerna. Se trata de un churro de marihuana del tamaño de un taco árabe con el cual dejan de ver diferencias para encontrar similitudes en sus búsquedas y que en ese momento lo que quieren es una mancuerna para echar desmadre e irse de la realidad un rato, o por lo menos, distorsionarla de maneras chidas.
De la mano de Pedro, Man conocerá los barrios bajos de su ciudad y no se espantará para nada, pues el influjo de las drogas y la diversión del nuevo estilo de vida, conocer músicos, chicas, dealers, veteranos trastornados de Vietnam y demás personajes, le llenará de un esparcimiento que en poco ayuda a ser quien sus padres quieren que sea, pero por el día de hoy, es suficiente para no parar de reír.
Por supuesto que en sus aventuras nada lícitas, tranquilas ni políticamente correctas, tienen un antagonista que les persigue, un cuadradísimo sargento de la policía —Stacy Keach, quien aparece en muchas películas del dúo pero con diferentes personajes y que aquí da una pena ajena intencional en la tradición de los personajes que nunca ríen, pero el espectador no puede parar de reír de ellos—; que pese a dárselas de ejemplo del americano promedio, siempre está un paso atrás y parece humillarse a sí mismo inconscientemente al querer interceptar lo que según él es una obra maestra del narcotráfico, cuando en realidad a quienes persigue no saben ni qué rayos están haciendo, solo viven la vida a donde el viento los lleve e intentan huir en todo momento de la concepción de vida que se les vende, incluso si una terrible pachequiza y borrachera los lleva a estar atascados del otro lado de la frontera —en la mítica Tijuana para ser más precisos—.
Es muy común últimamente ver la estigmatización de ciertas películas como “Para marihuanos”, no obstante, aunque “Up in smoke” tiene su esencia y razón de ser en andar en estado alterado de consciencia, es muy en el fondo una comedia sobre la necesidad del excluido de recurrir a lo furtivo y de romper con lo que se le establece desde siempre. Tema que podría dar para los dramas sociales como ocurrió en los ochentas, pero que aquí está lleno de humor ácido y, dentro de lo que la época le permite, no deja títere con cabeza criticando esas diferencias raciales en las situaciones más absurdas. El viaje no esperado a Tijuana, donde buscarán cómo regresar a los Estados Unidos y encontrarán una única salida en transportar una camioneta con mota escondida en forma de parrillas tubulares incrustadas en la fascia del auto, les traerá un desenlace de risa loca.
El tono relajado de la película le permite a la pareja de comediantes lucirse de lo lindo. Ya sea con sus gestos de reacción al humor de la hierba o ver a Man embelesado con los halagos de las chicas que en su vida se hubiera topado en su mansión o a Pedro cantar con su banda en un tutu rosa de ballet y con un antifaz puesto, parece más bien un grito de guerra contra lo que se dice que no deben hacer los jóvenes; un travestismo sin glamour, luciendo el bigote y el pelo en pecho en un tono más de “Me vale madre lo que digan” que de burlarse de la homosexualidad o modos vulgares del humor que se volvieron tan frecuentes y cliché. Todo en una película que, entre traumatizados de Vietnam y gente que vive al día, pretende pasarse de la raya de la realidad, retratándose pero al mismo tiempo realzando el lado jocoso de una cultura que a finales de esos setentas ya comenzaba a tildarse de moda de adolescentes y a no tomarse en serio. Los chistes darían para unas tres o cuatro películas más, apariciones en joyas como “After Hours” de Martin Scorsese, una serie televisiva e inclusive segmentos animados, pero a gusto de muchos como yo, nada como la primera.
Casi 50 años después, la película es vieja porque el tiempo pasa, pero la cerrazón de cabeza social, la tentación de lo prohibido, las secuelas de las ideologías caducas y la necesidad de refugiarse de éste al lado de un buen amigo y un potente psicotrópico siguen siendo las mismas. Ojalá el tiempo nos permita ver una legitimación de las propiedades de dicha planta, y también una película del género tan grande, divertida y pertinente como ésta, sea ligera o profunda se agradecerá.