El baile de los que sobran y el “oasis” chileno para unos pocos

Alcances y reflexiones sobre el estallido social y la recuperación de la política popular.[1]

 

Por Paloma Rodríguez Sumar

Únete al baile

De los que sobran

Nadie nos va a echar de más

Nadie nos quiso ayudar de verdad.

Los Prisioneros, “El baile de los que sobran” (1986).

I. Introducción.

18 de octubre del 2019. Edificio de Enel, metro y peajes en llamas. Santiago y, prontamente, todo Chile ardía en el fuego de la insurrección popular. La semana que había comenzado con las protestas de los estudiantes en el metro de Santiago, bajo la consigna “evade”, culminó con lo que dio paso a un estallido sin antecedentes en la historia del país. ¿Cómo se puede explicar dicho fenómeno? ¿Cómo pudo pasar semejante insurrección en un país en el que su clase política y económica se jactaban de que era un “oasis” y modelo a seguir para toda la región latinoamericana?.

Para poder comprender dichas interrogantes, el siguiente artículo buscará explicar los antecedentes del malestar social, que se pueden rastrear en las medidas adoptadas por la dictadura militar en 1973. El sistema neoliberal, plasmado y defendido en la Constitución de 1980, posicionó al mercado por sobre las demandas sociales e, incluso, por sobre el propio Estado. Así, se convirtió en el motor que guiaría a Chile, dando paso a la privatización de una gran cantidad de empresas y servicios. La creación del “nuevo Chile” de Dictadura, sentó las bases para lo que en los años 90’s fue alabado como el “modelo chileno”. Por otro lado, la “deuda” social, y democrática con la ciudadanía, no logró reestablecerse con el “regreso de la democracia”.

La ilusión de un nuevo país, con políticas públicas inclusivas que amparasen a la población en general, no se concretó. Es más, los gobiernos de la Concertación siguieron gobernando con la Constitución creada en dictadura, aunque modificando algunos artículos, sobre todo los referidos a la persecución de partidos políticos de izquierda. Empero, la privatización se intensificó, por lo que no hubo un cambio radical de “modelo”, más bien se siguió perfeccionando la herencia neoliberal. Por otro lado, a pesar de realizare el informe Retting, este no derivó en que se hiciera justicia. Se normalizó la impunidad de los militares y el silencio, mientras familiares de detenidos y de personas que sus derechos humanos habían sido vulnerados, exigían que los responsables de tales barbaridades pagaran. Pero los militares y civiles asociados a la dictadura siguieron influyendo y teniendo injerencia directa en la política, lo que no dejó conforme a gran parte de la sociedad.

Por otra parte, como plantea Rovira (2007), si bien en Chile se han logrado institucionalizar reglas fundamentales para la democracia, como la ampliación del Estado de Derecho, el proyecto democrático había estado perdiendo fuerzas desde la “vuelta a la democracia”. La sociedad chilena, había sufrido una gran desmovilización y despolitización, disminuyendo la capacidad de autodeterminación colectiva. Por ello, el autor menciona que en Chile ha existido un “orden democrático de baja calidad.” (p.345). La casi nula participación ciudadana en asuntos relevantes para el país, derivó en una falta de credibilidad en el sistema democrático chileno.

El descontento social chileno, aunque ya se había plasmado en la revolución pingüina” del 2006, fue durante el 2011, con el movimiento estudiantil, que adquirió notoriedad y gran fuerza. Dando paso a lo que Mayol denomina como “ciclo de crisis”, que adquiere un despliegue de energía social muy alta durante el estallido social de octubre del 2019 (Mayo 1, 2019, p. 49).

El estallido, por ende, no fue algo que ocurrió de imprevisto. Como lo resume de una manera poética Mayol (2019), “no fue la picazón, sino todo el dolor acumulado” (p. 27).

El pluralismo, propio de una democracia, en Chile ha sido acallado una y otra vez. El ideal democrático moderno, aparte de basarse en la separación de los poderes del Estado, necesita de la existencia de la opinión pública, “entendida no sólo como libertad de comunicación privada y pública, individual o de grupos, sino también como lo que posibilita que actores individuales y colectivos de la sociedad civil se planteen, en cuanto tales, de manera pública ante el Estado” (Fermandois, 2018, p. 294).

Por ende, si bien Chile había alcanzado un buen índice de modernización, no fue acompañado por un sistema democrático amplio, pues la voz de la sociedad civil no era escuchada ni se les posibilitaban instancias de diálogo. Empero, para las miradas internacionales, Chile se había convertido en un país modelo dentro de la región por su crecimiento económico y modernización. El Perú de Fujimori, por ejemplo, trató de implementar medidas de carácter neoliberal similares a las chilenas. El imaginario del país modelo latinoamericano generó una suerte de una nueva “utopía” chilena[2]. La élite política y económica crearon un imaginario de un país modelo y ejemplo a seguir para Latinoamérica. Se imaginaba a Chile como una utopía, y es por eso también que ha sido tan impactante el estallido bajo los lentes internacionales.

Por otro lado, se buscará también reflexionar sobre los alcances del estallido, y sus múltiples y creativas formas de hacer ciudadanía popular. Se ha rescatado el sentimiento de comunidad y de pertenencia en la manifestación. Hoy, el “hasta que valga la pena vivir” se ha convertido en el emblema para alcanzar una vida digna que reclama el pueblo chileno. El despertar chileno, al cuestionar el sistema neoliberal que ha forjado una cultura y mentalidad de consumo e individualista, ha significado un momento de repensar sobre el Estado-nación, cómo se quiere construir una nueva idea de patria, que rompa con la anterior, y que incluya a los sectores por años excluidos. Una búsqueda de una nueva identidad y mentalidad en que la dignidad supere al dogma individualista neoliberal.

II. El Chile instaurado en Dictadura y el neoliberalismo como credo.

Economía salvaje

Avanzar y progresar

¿En qué momento nos robaron el alma?

¡En qué momento!

Fiskales Ad Hok, “Palo sin bandera” (2019).

Como se ha mencionado, para poder comprender la fuerza y potencia del despertar social chileno, se deben encontrar sus primeros antecedentes en la historia reciente chilena, más específicamente, en el transcurso de los años post Unidad Popular e invención de un Chile amparado en una ideología neoliberal, conservadora y tradicional realizada por economistas, militares y tecnócratas durante el período de la Dictadura militar.

Fermandois (2004), reconoce dos momentos en la historia de Chile y su política exterior que han sido percibidos como de “utopía” y “anti-utopía”, de acuerdo a la mirada internacional sobre el país. El periodo histórico chileno que fue visto como una “utopía” correspondió al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.

Dicho gobierno, se percibió de tal manera pues “la vía chilena al socialismo” había sido diferente al posicionamiento en el poder de gobiernos de izquierdas en la región durante la Guerra Fría, que habían llegado al poder mediante golpes de Estados y por la fuerza. También, porque Allende mantuvo buenas relaciones internacionales y de política exterior con el resto de los países, enfatizando un buen manejo político y sin aislarse del mundo como era lo distintivo de los gobiernos de izquierda. Así, el régimen democrático de Allende y la “vía chilena al socialismo”, fue visto como una utopía a ojos internacionales, que no sabían sobre las rupturas internas de la izquierda ni la polarización política que se había gestando dentro del país durante estos años.

En este sentido, lo posterior a la “utopía” sería la “anti utopía” de la dictadura militar iniciada en 1973. Lo que marcó el carácter de ésta para la mirada internacional “fue la violencia y la continuación del régimen militar, lo que potenció a la segunda. Si bien desde un principio se creía que un gobierno militar no iba a ser un paréntesis, nadie imaginaba que en Chile podría durar un régimen caudillista, dictatorial.” (Fermandois, 2004, p. 396).

Prontamente, los militares desarrollaron un fuerte sentido de anti marxismo, cerrando sus filas y persiguiendo a las cúpulas de la izquierda chilena. Se extendió la idea de la seguridad nacional, y el enemigo interno. De esta manera, un sector importante de la población chilena fue excluido del proyecto de nación, y no solo eso, sino que metafóricamente era asociado a un cáncer que se debía extirpar para salvar a la patria y a la democracia y mediante el discurso de salvación, legitimar las violaciones perpetradas a los derechos humanos.

En este sentido, la dictadura de 1973 significó el momento más antidemocrático en el país, no solo porque el pluralismo dejó de existir, sino por la violencia que se desató y los hechos de gran represión que no tenían antecedentes en la historia del país (Fermandois, 2018, p. 310).

Por otro lado, los denominados chicago boys, discípulos de Milton Friedman y defensores del neoliberalismo, encontraron su oportunidad -tras varios años de intentarlo con gobiernos anteriores- de cristalizar su ideal económico en alianza con los militares. De este modo, Chile se convirtió en el país de experimentación, en el conejillo de indias de la instauración neoliberal. “Fue el laboratorio de estas políticas radicales, el anticipo de la era Thatcher y Reagan, el inicio de la tesis de cuidar a los ricos” (Mayo, 2019, p. 31).

La economía de libre mercado, se concibió como lo más relevante y pasó a justificar a la política, anulando prácticamente al Estado. “Se respondía con un supuesto, también tácito, según el cual la libertad económica era más apetecible que la libertad política, una especie de materialismo histórico liberal. La economía fundaría a la política” (Fermandois, 2018, p. 313). El credo ciego en la economía, comenzó a ser un paraguas que justificaba cada acción, incluso a la gran cantidad de vidas cobradas mientras se imponía este régimen. El mesianismo económico y la prosperidad, pasaron a convertirse en el centro del discurso hegemónico, y el ideal al que debían aspirar los ciudadanos chilenos.

Por otro lado, para Jaime Guzmán, el actor intelectual de la dictadura y de la constitución de 1980, “el derecho humano más fundamental de la sociedad debía ser el derecho de propiedad” (Olguín, 2018, p. 158). Bajo dicha perspectiva, se puede comprender que los derechos de propiedad actualmente tengan incluso más garantías que los derechos humanos y los derechos sociales. (íbidem, 160). El “pensamiento Guzmán” también consistía en una ideología ultra conservadora católica, plasmada en el partido UDI, actualmente existente (Santoni y Elgueta, 2018).

Por otra parte, Guzmán consideraba a la sociedad como una organización corporativa que había que despolitizar. Las instituciones intermedias debían regir a la sociedad, como ocurrió con el movimiento gremial impulsado en la Pontificia Universidad Católica. El estudiantado, pasó a considerarse un gremio sin implicancia ni influencia en la esfera política. El “pensamiento Guzmán”, en général, abogaba por un Estado fuerte, ligado a la Iglesia Católica y de ideología conservadora.

“El pueblo pasa a ser considerado un agente apolítico y, por ende, pasivo y sin poder influir en la sociedad. Las calles se cerraron, se desmovilizó a la población en base del miedo y la represión, y por varios años Chile cayó en un letargo engendrado del dolor y el trauma. Las generaciones que vivieron el golpe militar se encerraron en sus casas y las avenidas se cerraron.” (Autor, 2020). Se detiene, entonces, tanto a través de la persecución como mediante del discurso, la movilización y agencia social.

El paradigma de la economía neoliberal anula a la sociedad, la omite. Para dicho sistema, lo que existen son los individuos. Como menciona Mayol (2019), se puede evidenciar este dogma moderno en Thatcher, cuando afirmaba que la sociedad no existía. “El método es la economía. Debemos luchar, superarnos, trabajar duro, triunfar. No hay estructura social” (p.41). Al anularse la sociedad, también se responsabiliza al propio individuo de su suerte y situación económica. La autoexigencia y la idea de la “libertad” de poder elegir tener un destino mejor lo que hace en realidad es quitar responsabilidades éticas, morales y sociales al Estado, y generar un estado que, disfrazado de “autosuperación”, genera la auto explotación del individuo.

Por otro lado, a pesar que la persecución política paró tras la vuelta a la democracia en los 90’s, el silencio y el miedo siguieron latentes. La conocida “teoría del empate” no logró dar satisfacción a las personas víctimas, directa o indirectamente, de la dictadura militar. La omisión del pasado doloroso reciente, se plasmó en la educación escolar, pues hasta el día de hoy, no se logra cubrir cabalmente este periodo histórico, produciéndose una especie de amnesia histórica inducida. El no querer hablar, esconder o alterar la historia, ha llevado a una especie de esquizofrenia social, y el estallido también muestra el hartazgo de los años de silencio, de apariencias, y una reivindicación de la memoria histórica, tan necesaria.

También se hace necesario recordar que el primer gobierno de Piñera significó la vuelta de la derecha al poder político, luego de la dictadura militar, y con rostros que se ligaban íntimamente con ella. Esto, también pudo haber repercutido en las grandes manifestaciones que abogaban contra el lucro en la educación del 2011. Con el empresario millonario y ex dueño de LAN, Piñera, al mando del poder político, se hizo más patente que la economía era lo que regía a la política, cuando debería ser al revés. Así, el retorno de la derecha al mando político en Chile, abrió heridas y encarnó en la figura de Piñera las injusticias de un país que se entendía y manejaba como si fuera una empresa privada. De esta manera, el primer gobierno de Piñera suscitó el primer “despertar” estudiantil, y el segundo gobierno ha significado un segundo despertar mucho más radical. Los dos gobiernos propiamente de derecha -y ambos al mando del mismo presidente- y gobernados por figuras ligadas con el periodo dictatorial, han movilizado a la sociedad civil.

III. “Con todo sino pa´qué”. Estallido y agencia social.

Un país con olor a lacrimógena

Y el sabor amargo que no se va

Queda siempre en la boca

Y te hace recordar

Que nos quedan más batallas

Y tenemos que pelear.

Alex Anwandter, “Paco vampiro” (2019).

Como se ha mencionado, la esperanza suscitada por la vuelta a la democracia, a lo largo de los años, se ha traducido en una desilusión y disconformidad de la población. La resignación, ha significado también una deslegitimación y pérdida de credibilidad en el sistema político. Si la Constitución de 1980, fue realizada a puertas cerradas y sin oposición ni pluralismo, la nueva democracia también fue pactada por un grupo selecto de élites, sin consulta ciudadana, lo que derivó en una democracia mediocre y de baja calidad, como lo menciona Rovira (2007).

El “modelo chileno” de los 90’s, si bien demuestran una gran modernización en Chile, y un gran crecimiento económico en la región, los índices esconden una realidad no tan favorable.

“Un rasgo central de la desigualdad en el país es la concentración de ingreso y riqueza en el 1% más rico. Es una dimensión que no mide la encuesta Casen, puesto que las encuestas de hogares subestiman o no logran registrar los ingresos de la población más acomodada. Para su medición se usan los registros tributarios, y para Chile estos datos muestran que el 33% del ingreso que genera la economía chilena lo capta el 1% más rico de la población. A su vez, el 19,5% del ingreso lo capta el 0,1% más rico” (PNUD, 2017, pp.21-22).

En este sentido, si bien los índices internacionales posicionan a Chile como un país con altas tasas de crecimiento económico, quienes se benefician directamente de aquello es un grupo reducido de la población, evidenciando la gran estratificación social y desigualdad interna.

“La mayor parte de estos ingresos financia inversiones que por una parte contribuyen al crecimiento de la economía y por otra acrecientan la riqueza de sus dueños, en la forma de capital accionario y otros tipos de activos productivos o financieros” (ibid.).

Los que ganan con el sistema neoliberal son la élite que se repartió los bienes estatales durante la dictadura, y con la privatización de empresas que continuó durante la transición. Las riquezas básicas y de energía, continuó en los 90’s con las aguas y los puertos, dejando prácticamente al país sin industrias y “a su gente sin sentido de comunidad ni de país, dedicada a trabajar más en los servicios y las finanzas a competir y endeudarse”. (Monckeberg, 2019, p.75).

El estallido, ha tomado mucha fuerza también por la cantidad de personas que se sienten parte del movimiento, todos aquellos por años excluidos y no escuchados. “Cuando un grupo, una asamblea o una colectividad organizada se presentan como «el pueblo», utilizan el discurso en un sentido muy preciso, estableciendo sus propios presupuestos sobre quiénes están incluidos en dicho concepto y, por lo tanto, aludiendo sin querer a una población que no es «el pueblo»” (Butler, 2015, pp.10-11).

Esta división y estratificación social marcada entre “los unos y los otros” quedó de manifiesto con el audio filtrado de la Primera Dama, quien no dudó en nombrar de “extraterrestres” a los manifestantes. Tras dicha afirmación, Morel evidenció lo tan alejado que los grupos dominantes están de la realidad social de la gran cantidad de chilenos. La oligarquía dominante es un mundo diametralmente opuesto al del “pueblo”. Lo que para la élite es un oasis, para “los otros” es, muchas veces, un infierno. Una vida sin garantías sociales, ni económicas. También se evidenció cuando Mañalich, luego de la delicada emergencia sanitaria de la COVID 19 afirmaba que desconocía la situación de pobreza, y principalmente de hacinamiento, que existe en el país (Mañalich, 2020, 24 de mayo).

El distanciamiento y alejamiento de las necesidades sociales por parte de los grupos dominantes, se plasma también al ver con perplejidad el estallido, diciendo que “no lo veían venir”, a pesar del gran descontento social que se venía acumulando por años. Si existe al parecer, el oasis chileno, solo que no la mayoría tiene acceso a él. Como una playa privada de los privilegiados. Aquel ideal de Chile, es el que solía aparecer en los discursos y en los medios de comunicación. Esto también explicaría el malestar y la angustia de “los otros” -que son la mayoría- a los que, constantemente, se les muestra este oasis y su exclusión de él.

Como menciona Zerán (2019):

Fueron muchas expresiones del malestar ante una transición política pactada que sin pudor traspasó al siglo XXI con temas pendientes como una nueva Constitución, los derechos de los pueblos originarios, la reconstrucción de un sistema de educación y salud públicos, de pensiones, los derechos de las mujeres y las disidencias sexuales, entre otros puntos que hoy exigen distintos sectores sociales” (p.49).

Es interesante notar también el papel que juega la angustia como fuerza movilizadora en los movimientos sociales. Grudechut (2019) rescata la relevancia de enseñar sobre la angustia, para que esta pueda tomar un cauce de realización, que se logra a través de educar en comunión. El autor, denomina dicho tipo de enseñanza como “angustia para la emancipación” que “implica aprender a vivir la angustia como opción y ayudarse en comunión el vivir la incomodidad frente a la incertidumbre. Es este modo el que promueve trabajar por un mejor futuro, en tanto cuida al otro en su actualidad” (p.85).

Como mencionamos, el neoliberalismo, al buscar negar la sociedad, el compartir la incertidumbre que produce la angustia y abrazarla en comunidad, crea un sentimiento de pertenencia, y de apoyo. En un sistema en donde el Estado benefactor y garante del orden social se desvanece, el sentimiento de abandono, y de desprotección es común. La filósofa Butler también reconoce la fuerza movilizadora que adquiere la angustia cuando es compartida.

“Al ser vulnerables a una precariedad socialmente impuesta, cada yo puede ver cómo su propia percepción de la angustia y el fracaso ha estado siempre imbricada en un contexto social mucho más amplio. A partir de ahí se puede empezar a desarticular esa forma individualizadora y exasperante de la responsabilidad, sustituyéndola por una concepción solidaria que ratificaría nuestra dependencia mutua.” (Butler, 2015, p. 29).

Dicho sentimiento de angustia compartida, queda evidenciado en uno de los lemas que han hecho propio los manifestantes tanto en las calles como en las redes sociales: “Ahora que nos encontramos, no nos soltemos”. Se puede desprender de esta frase que el sentido de comunidad y de cohesión que ha otorgado el levantamiento popular ha generado en los manifestantes un apoyo mutuo. Se sienten como si todos se encontraran encaminados a un mismo propósito, y ya no se puede volver atrás, pues eso significaría volver a la “normalidad”, que es justamente lo que llegan a aborrecer los activistas cuando afirman -con otras de las frases célebres de la coyuntura- “no queremos volver a la normalidad, porque la normalidad era el problema”. Se ha creado un pacto, una suerte de compromiso, ética y responsabilidad social entre quienes se encuentran al frente del estallido. La sublevación en conjunto les ha dado un sentido, una lucha por la que vale la pena arriesgar incluso la integridad física. La lucha y resistencia al neoliberalismo, que ha creado una vida invivible, insoportable. La unión no se quiebra, por mucho que el gobierno buscara dividir.

Al “estamos en guerra” del presidente, la ciudadanía respondía “no estamos en guerra, estamos unidos”, buscando así lograr que el movimiento no perdiera fuerza y se mantuvieran todos los manifestantes juntos. Hay varios ejemplos interesantes de la cohesión social como un pacto inquebrantable. Así, grupos históricamente divididos, como las barras futboleras, se les ha podido ver marchando juntos, y cancelando los partidos de fútbol para hacer valer la protesta. Por otra parte, el centralismo e “isla” que significa Santiago, se ha unido y encontrado con las regiones.

En este sentido, se comprende que los manifestantes siguieran protestando incluso con militares y toque de queda. Pues, otra de las consignas del movimiento ha sido “no tenemos miedo”. ¿Miedo a qué? Dicha frase significa que los insurgentes sienten que no tienen nada que perder, porque el sistema en sí no les da garantías ni derechos y servicios básicos de calidad. En cambio, la élite sí teme perder sus privilegios, por eso no los quiere ceder.

El malestar, indignación, rabia y angustia han tomado cauce y encontrado pertenencia en la comunidad. Los sobrantes, los excluidos y violentados por el sistema, aparecen, se materializan. Se miran, se encuentran, y reconocen en sentimientos comunes, lo que los hace sentir menos solos. Se levantan unidos los diferentes cuerpos, a la vez reconociendo y validando sus diferencias, pero también, como uno solo, “los manifestantes”. Aparece la corporeización del cuerpo, y sus demandas. El concepto impreciso y líquido del “pueblo” se hace visible, palpable. Butler (2015) afirma que en las actuaciones colectivas “se hace manifiesta la idea de que se trata de una situación compartida, y que están oponiéndose a la moralidad individualizadora que convierte en norma la autonomía económica justamente en unas condiciones en que la autosuficiencia es cada vez más inviable” (p. 25).

De esta manera, la resistencia en contra del sistema neoliberal es tal que brota como una ebullición social, resquebrando otro imaginario identitario del país, el concepto del orden. La visión de Chile como un país ordenado, tiene sus raíces en el período conservador portaliano. El modelo de República chilena se levantó bajo el lema de autoritarismo, represión y conservadurismo, que, como hemos visto, volverá a serlo durante el periodo de la junta militar, y el que siguió posteriormente.

Bajo dicha premisa, las manifestaciones públicas son mal vistas por el sector dirigente, pues se asocian con el desorden, el caos tan temido y tan “anti chileno”, por llamarlo de alguna forma. Pero, tanto orden social y moral, lograba el efecto contrario en la población. Siempre me llamó la atención que las diferentes celebraciones llevadas a cabo en la anterior Plaza Italia terminaran en destrozos de bienes materiales, como los paraderos de micros. ¿Por qué el celebrar que Chile, luego de años clasificara a un mundial, tenía que ser por medio de destrozos y mediante disturbios? Creo que dichos acontecimientos ya expresaban la falta de canales, y de frustración generada por la población. La gran represión de los impulsos, de la comunidad, y de la congregación, parecía imbuir un sentimiento de desahogo mediante cualquier excusa que permitiese algo de libertad.

“Cuando una de las preguntas emblemáticas del movimiento radica en sí vale la pena el bienestar material existente, entonces se hace evidente la fractura entre la calidad de la vida (que mejora) y la percepción de bienestar ante la experiencia frente al orden social (que deteriora)” (Mayol, 2019, p. 74).

Si bien, como en todo movimiento social, se dan múltiples y diferentes situaciones, como los saqueos o los robos de bienes materiales, la quema y destrucción de ellos por parte de la población es una revelación contra lo más preciado del “modelo”. El mercado y el consumo. Al igual que la premisa del “evade”, la destrucción de bienes materiales es una especie de terapia colectiva en contra de lo que atribuyen como la consecuencia de la precarización de la vida. El caos, la destrucción y el des-orden, es justamente la inversión, la antítesis de lo establecido. El fuego, que significa tanto vida como muerte, calor y destrucción, forja de una manera simbólica y poética la idea de la muerte de un modelo, y el surgimiento de otro totalmente nuevo desde sus cenizas.

Asimismo, un slogan típico de la subcultura punk cobra sentido en la sociedad chilena. “No hay futuro”, o no lo habrá si nada cambia, puesto que, como se ha planteado, el sistema neoliberal no promete un mejor futuro o calidad de vida para la comunidad, sino solamente la regulación del mercado y el beneficio de quienes estén íntimamente implicados en dicho juego, es decir, el empresariado y sus aliados.

Rovira (2007) deja en evidencia que una de las consecuencias de la institucionalización de los pactos entre las elites ha sido el gradual establecimiento de una forma de conducción social donde la opinión de la población es considerada secundaria. Por ello aumenta la distancia entre élites y ciudadanos: uno de los mayores malestares actuales de la comunidad chilena (p. 357).

Dicho malestar y alejamiento de los grupos políticos chilenos se plasma en que en las manifestaciones no se ven banderas de partidos políticos, sino que sobresalen las mapuches y los banderines negros del anarquismo. Es entonces, necesario comprender que no es un levantamiento de la “oposición” a Piñera, entendida ésta en su carácter de oposición política (partidos de izquierda), sino contra el sistema en sí mismo. Pues, como se ha mencionado, la poca autoridad y legitimidad de que goza la clase política del país no distingue partidos políticos, aunque notoriamente el malestar es mayor con los representantes de la derecha y ultra derecha que simbolizan la persistencia de los ideales dictatoriales, como la UDI. Así también, se asocia a los empresarios como los dueños y saqueadores de las riquezas de los chilenos, o los bienes básicos, que deberían ser de todos por derechos, o más bien, de nadie, como el agua.

Por otro lado, los chilenos, mediante el estallido, están aprendiendo a pensar en comunidad, a encontrar una fuerza creadora y de comunión en medio de la incertidumbre de no saber si las demandas serán resueltas. El interés por el diálogo, y pensar en que una sociedad diferente es posible, llevó a los adherentes del despertar a interesarse por la política, pero una política nueva, de ciudadanía activa y participativa. Los cabildos y asambleas que se comenzaron a reunir habitualmente, son espacios que han ayudado a repensar la idea de nación, y a ahondar en la historia reciente del país.

Lo que por largos años se ha callado, o hablado de a poco y tímidamente en los colegios, resurge como una búsqueda de las raíces del problema, para poder comprenderlo y cambiarlo. La historia se puede tapar un tiempo, pero no para siempre. El “miedo” a destapar la verdad de lo acaecido, se argumentó como una manera de “reconciliación” de todos los chilenos post dictadura. Pero, ¿cómo se puede lograr una verdadera sanación, sin conversar sobre lo que causó el daño?, y de paso, con la ausencia de justicia con las víctimas.

La refundación de la nación, requiere encontrar nuevos símbolos y héroes nacionales. Lo atrayente también del despertar chileno es que, por primera vez, esta discusión se está realizando “desde abajo” y no desde las cúpulas políticas, como suele suceder. Así, el tema patrimonial ha generado bastante polémica y cuestionamiento, al derribarse o intervenirse estatuas de héroes o figuras reconocidas de la historia del país. Al parecer, dichos emblemas, ya no cumplen su función, no representan a la mayoría de chilenos.

“No es que los bienes patrimoniales tengan valor de manera intrínseca, sino que su carácter patrimonial se constituye en la medida en que es aclamado como tal por una comunidad, lo que implica que sea dinámico y socialmente construido. El hecho que sea construido socialmente lo transforma en un campo de debate y disputas, pues implica decidir qué seleccionamos del pasado para la construcción de una identidad colectiva.” (Sánchez, 2019)

De esta manera, el patrimonio no lo es en “sí mismo”, sino mediante el diálogo y el sentido de pertenencia que le otorgue la comunidad, por lo que está en constante transformación y construcción.

La intervención y apropiación del patrimonio ha sido paradigmáticamente evidenciado con la estatua del General Baquedano, en la renombrada Plaza Dignidad. como sucede en cada marcha ciudadana, el monumento de Baquedano es rodeado e incluso ocupado por decenas de personas, y en su cima, mientras el cielo pareciera estar teñido por el fuego, un hombre con los brazos abiertos sostiene una bandera mapuche, un símbolo que, en apariencia, poco se relaciona con el arquetipo del héroe nacional (Sánchez, 2019).

Uno de los actores sociales visibilizados y reivindicados en el estallido, son los mapuches. Y, de hecho, muchas de las estatuas que han sido derribadas corresponden a conquistadores españoles, justamente para lograr una especie de justicia poética con el wallmapu.

El supuesto “excepcionalísimo” chileno, también se ha construido en la base de una “superioridad racial” puesto que se ha “blanqueado” a Chile. Se ha concebido a su población como heterogénea, marginando y discriminando a los indígenas del relato hegemónico. De esta manera, hay un sector fuertemente racista -y clasista- en Chile, y el estallido también a desnudado este hecho y demostrado que existe una riqueza cultural y una pluralidad de culturas que merecen ser tratadas con dignidad. El pueblo mapuche ha sido víctima del terrorismo de Estado, al ser considerados terroristas por defender sus tierras y cultura, que para ellos van de la mano. Los propios mapuches han podido sacar su voz, diciendo que:

“En el contexto actual de masificación de la lucha contra las forestales en nuestro territorio, se nos ha acusado no sólo de violentistas sino también de ladrones y delincuentes comunes, por parte de las forestales y el gobierno” (Pu Lov, 2017, p. 9)

Por otro lado, manifiestan que es un mito decir o legitimar a las forestales en su territorio (vale recordar que este hecho es, otra herencia dictatorial), pues de ninguna forma fue de una forma legítima que se hicieron con sus tierras.

Las forestales dicen que “compraron sin infringir la ley”, lo que no extraña porque los miembros de sus directorios son parte fundamental de la elite empresarial y política que inventa las leyes; las hacen y deshacen a su antojo y conveniencia. Sin embargo, no es cierto que no infringieron la ley, lo hicieron una y otra vez” (íbidem,10).

Por otro lado, la persecución y asesinato de líderes mapuches, como el caso Catrillanca, han causado una indignación colectiva e impotencia al ver cómo los comprobados montajes de carabineros-también realizados en el contexto del estallido- no han tenido castigo. El estallido, también les ha dado voz, y ha traído y expuesto rostros de personas que han sido víctimas de la represión estatal como el caso mencionado.

Catrillanca, se ha convertido en un mártir para el movimiento. Otros mártires que ha dejado el malestar social son los miles de personas que, por abrir sus ojos y despertar, han sido castigadas con las pérdidas oculares por parte de carabineros. El caso de Gustavo Gatica, joven de 21 años que perdió sus dos ojos por la injustificada fuerza excesiva ejercida por la fuerza policial, se ha convertido en la materialización de dichos mártires, y un ejemplo de resistencia ante un Estado concebido como criminal.

La desobediencia civil, por ende, también ha querido reivindicar a sectores excluidos o marginados del proyecto de Estado-nación y busca la ampliación de su representatividad.

Así como los mapuches, también se han visibilizado las violencias de la estructura patriarcal, reclamando los derechos de las disidencias sexuales, y de las mujeres; reivindicación y ampliación de la representatividad a estos sectores.

La creatividad y performatividad del estallido, ha creado himnos nacionales nuevos, como un violador en tu camino del colectivo Las Tesis, que se ha convertido en un verdadero cántico para denunciar los abusos y violencias del sistema patriarcal contra las mujeres. El feminismo chileno vive también su momento de máximo esplendor y ha sido un motor fuerte de cambio y protagonismo, logrando influir de manera directa e influyente en el ámbito público (Autor, 2020).

Otro himno de esta coyuntura histórica es el baile de los que sobran, canción de la banda nacional “Los Prisioneros”, que se ha convertido en el himno que corean los asistentes a las protestas. El hecho de que una canción escrita en 1986 esté más vigente que nunca, deja en evidencia la continuidad histórica de la injustica y segregación social de la educación chilena y el sentimiento de no pertenencia al modelo que pregonan tan orgullosos quienes han gobernado el país desde los 90’s en adelante.

Asimismo, las toponimias de las calles chilenas han cambiado, con nombres que reivindican las demandas y las luchas sociales, así como la búsqueda de nuevas representatividades e inclusiones. Al “Cerro Santa Lucía” se le ha vuelto a denominar con su nombre mapuche, “Cerro Huelén”. La calle Constitución, se le agregó “Nueva Constitución”, haciendo referencia a la ilusión de ganar el plebiscito para la aprobación de una nueva carta magna.[3] Y, la Plaza Italia, centro histórico de manifestaciones y concentraciones sociales, se rebautizó con el nombre de “Plaza de la Dignidad”, puesto que la consecución del derecho a una vida digna es en lo que confluyen las diferentes demandas colectivas (Autor, 2020).

Hay que reconocer la potencialidad y relevancia que significa el renombrar lugares, y calles del país. Como afirma Sánchez (2019):

“La forma en que nombramos los espacios que componen la ciudad no es irrelevante, sino que es sumamente simbólica, razón por la cual cualquier proceso de cambio profundo siempre conlleva un “renombrar” (Sánchez, 2019)

Por otro lado, el “negro mata pacos” se ha transformado en el emblema del movimiento. Es un perro negro, kiltro, que defendía a los estudiantes el 2011 de la fuerza policial. De esta manera, simboliza a los grupos excluidos, a la clase media y al pueblo que resiste a la gran violencia de carabineros, que ha dejado más de 400 pérdidas oculares, y gozan de impunidad. Los estudiantes, se han convertido en los héroes anónimos del estallido, al comenzarlo con la iniciativa de la evasión del pasaje del transporte público. También la primera línea, tanto de hombres como de mujeres, se ha convertido en un referente para la lucha social.

Asimismo, el arte ha ocupado un papel fundamental. Diversos sectores de la capital y del país se han convertido en verdaderos museos abiertos de la revuelta, creando un arte al alcance de todos, que esté en constante diálogo con la ciudadanía y con los diferentes héroes y símbolos que se han ido conformando, así como para plasmar las demandas, anhelos y sueños de cambio social.

Por último, se hace necesario evidenciar el nulo manejo político del Estado ante la situación social, pues, en vez de apaciguar las cosas o tender puentes mediante el diálogo, respondió con una fuerte represión policial y militar y el ejercicio de una violencia desmedida en contra de los manifestantes. La forma en que el gobierno de Piñera ha manejado la crisis, confirma su falta de legitimidad y autoridad ante la población civil. Siguiendo lo postulado por Arendt (2006), aunque pueda parecer lo contrario, el poder y la violencia son antagónicos en los gobiernos modernos.

“Políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro, pero, confinada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder.” (p. 74).

Así, la violencia sería un instrumento, pero no se puede posicionar un régimen solamente por la violencia, si esto ocurriese, sería una manifestación del poco poder y legitimidad del que goza dicho gobierno, como ha sido en el caso de Chile durante el movimiento social. En este aspecto, la autora menciona que la violencia puede ser justificable, pero nunca legítima. Pues “el dominio por la pura violencia entra en juego allí donde se está perdiendo el poder” (Arendt, p. 73). Piñera, sabe que una de las demandas sociales es que renuncie de su cargo, a lo que ha contestado afirmando que terminará su periodo presidencial, pero, al ver que no cuenta con la aprobación de la población en general, ha respondido criminalizando la protesta y evidenciando que desde su “oasis” no sabe cómo actuar ante necesidades y demandas que nunca se ha cuestionado.

A pesar de las grandes denuncias realizadas en contra de Carabineros desde que comenzó la coyuntura social, Piñera en su discurso presidencial ha apoyado de forma explícita a las fuerzas policiales, afirmando que cuentan con su apoyo e incluso les ha agradecido la labor que hacen, mientras una cantidad amplia de personas denunciaba abusos policiales. Incluida tortura, abuso sexual, y pérdida de visión, entre otras. La justificación del presidente, lo ha hecho citando a la Constitución.

“Así como cita la Constitución en tanto aval legal de su rol represivo. Pero este apoyo explícito se desvanece en el último discurso presidencial, a un mes de iniciado el conflicto, cuando, aún sin mencionar responsables institucionales mediante un uso excesivo de la voz pasiva (“no se respetaron”, “hubo”, “se cometieron”), Piñera se refiere por primera vez a la posible persecución legal de casos de violaciones a los derechos humanos, entendidos como “excesos” (Navarro y Tromben, 2019, p. 316).

Por otro lado, el discurso de Piñera del 20 de octubre, cuando decía que “estamos en guerra, con un enemigo poderoso e implacable” (frases que luego repetirá en reiteradas ocasiones), recuerdan al discurso empleado por Pinochet. La gran diferencia, es que, en el caso de la Dictadura, el mundo entero se encontraba en un contexto de Guerra Fría, en que la tesis del enemigo interno se impuso y sirvió como excusa para realizar actos atroces. Empero, Piñera también muestra la descontextualización y falta de visión política e histórica para repetir un discurso tan delicado y de guerra en democracia.

“La centralidad que cobró el discurso de la guerra ante la crisis no pudo haber tenido otro objetivo que naturalizar y justificar el uso de la fuerza en toda su dimensión práctica, instalando en el corazón de su discurso una contradicción entre los valores humanistas de su origen socialcristiano y los métodos militaristas heredados de la dictadura militar.” (Navarro y Tromben, 2019, p. 321).

El hecho descrito demuestra que el grito de “no son 30 pesos, son 30 años” no está nada alejado a la realidad. Al parecer, el sistema se mantenía mientras hubiese sumisión y silencio por parte de la población.

IV. Reflexiones Finales.

A mediados de octubre del 2019, un grupo de colegiales evadieron el metro de Santiago como forma de protesta por la subida del pasaje en 30 pesos. Este movimiento estudiantil, fue fuertemente reprimido por el gobierno de Piñera el día 18 de octubre, desatándose un verdadero estallido social y desobediencia civil en todo el país, que perdura hasta hoy[4]. El lema, ante la represión policial y luego militar, fue “no son 30 pesos, son 30 años”, enfatizando el largo descontento del pueblo chileno con las políticas del país tras el fin de la dictadura de Pinochet y la vuelta a la democracia en los noventas.

Las principales causas de este malestar colectivo se deben a que el modelo neoliberal impuesto en dictadura por los denominados chicago boys se mantuvo y se profundizó en los gobiernos de la Concertación y Renovación Nacional. Dicho modelo económico se resaltó como “el modelo chileno”, que fue principalmente el experimento del nuevo liberalismo impulsado por Milton Friedman en el que el Estado tiene casi nula injerencia en la economía privatizándose la mayoría de empresas y bienes chilenos, así como los servicios de educación, salud y transporte. Una de las grandes paradojas del sistema chileno es que se adoptó esta estrategia como un acto voluntarioso y a veces hasta brutal por parte del Estado, como arrojándolo encima de la sociedad civil. Con las décadas esto vino a ser aceptado por las principales fuerzas del país. El mismo Estado establece su casi nula intervención.

Asimismo, la Constitución de 1980, ideada por Jaime Guzmán, continuó sin mayores cambios apoyando las medidas neoliberales y un fuerte presidencialismo. Todas aquellas medidas y casi la total impunidad de los militares chilenos que atentaron contra los derechos humanos en Dictadura, generaron una sociedad descontenta y con los mayores índices de desigualdad entre las clases sociales en Latinoamérica. El actual estallido social es un verdadero quiebre estructural que busca liberarse de la herencia dictatorial y construir una sociedad más justa y equitativa en la que la voz del pueblo sea al fin escuchada.

El pueblo está levantando su voz, pensando en comunidad, congregándose para crear un nuevo Chile, rompiendo los cimientos de la realidad anterior, pues sus ideales y expectativas ya se hacen insostenibles.

Resurge el pensamiento crítico social, tan necesario para poder cuestionar y plantear nuevas formas de imaginar la nación, y la democracia. Los que nunca han sido parte de nada, pueden ser parte de todo. Los excluidos, violentados y explotados por un sistema hostil, se unen con la fe de que la dignidad es posible, y es la meta a lograr.

Todavía falta definir cómo, o quien, podría cristalizar estas medidas en el gobierno. Si no, podría pasar lo que menciona Arendt (2006) en el caso de los estudiantes franceses. Arendt asegura que puede haber situaciones revolucionarias, como en ese caso, pero que no evolucionó a una revolución porque no había nadie preparado para asumir el poder (p. 68).

La imagen del Estado, más que un garante de derechos, ha significado todo lo contrario, es por ello que los emblemas anarquistas han sido revalorizados, pero, se tiene que lograr conciliar la política que se ha realizado desde el sector social con la política partidista para que se pueda encauzar la revolución nacional, y logre establecer una nueva estructura política, económica y social, que tenga a la dignidad humana como su base, y no el capital.

Termino con la advertencia de Nona Fernández (2019):

Despertar implica abrir los ojos. Dejar el letargo atrás, ver la realidad, el escenario en el que nos encontramos, y reconocemos en él. Lo que sigue puede ser el comienzo de un nuevo y gran día. Pero también, en el peor de los casos, despertar puede ser abrir los ojos en medio de una larga y oscura noche para asumir la condena del insomnio. Clavar la vista en el techo y atender a nuestros peores fantasmas que reclamarán molestos porque no aprovechamos la oportunidad, porque no les dimos un lugar, porque los dejamos otra vez abandonados. (p. 11).

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  1. Docente en Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Licenciada en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Título de Profesora de Historia en Enseñanza Media por el Programa de Formación Pedagógica de la Universidad Católica de Chile. Magíster en Historia mención Estudios Andinos por la Universidad Católica del Perú.País de residencia: Lima, Perú

    Correo: prodrig2uc.cl

  2. Siguiendo los postulados de Fermandois (2004), el gobierno de la Unidad Popular, había sido concebido como una utopía a ojos internacionales, y sostengo que la idea del “modelo chileno” también se ha concebido como una cierta utopía para Latinoamérica.
  3. El solo hecho de que el estallido lograra agendar un plebiscito demuestra el alcance histórico y sin precedentes del movimiento social, pues se podría dar paso por primera vez en la historia nacional a la inclusión de la sociedad civil en el proceso de creación de una nueva constitución. De igual forma, la paridad de género lograda gracias al movimiento feminista- que también ha sido fundamental durante el despertar- también está marcando un nuevo precedente. Es posible decir entonces que la desobediencia civil ha tenido repercusiones directas en la política nacional y en el posible cambio estructural.
  4. Se podría decir que se encuentra “en pausa” por la emergencia sanitaria de la Covid-19.
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