Las mujeres redefiniendo el canon literario
Por Enrique Martínez[1]
Por su novela Distancia de rescate, en 2017, la argentina Samanta Schweblin se colocó entre las finalistas del prestigioso Man Booker International Prize. Desde entonces, la prensa y crítica literarias comenzaron a voltear hacia América Latina. Lo cierto es que, de unos años para acá, la literatura de la región, principalmente la escrita por mujeres, ha sido ampliamente consumida en todo el mundo y no deja de recibir elogios por su innovador estilo. Es esa combinación entre frescura y éxito de ventas lo que ha llevado a ciertas personas a calificar este momento de un nuevo boom latinoamericano. Por ello, en este artículo me pregunto hasta qué punto una afirmación de este tipo constituye una exageración, intentando esclarecer, a su vez, qué hay de nuevo en este movimiento.
No se puede hablar de lo nuevo sin remitirnos a lo viejo, por lo que las primeras líneas de este ensayo exigen detenernos en la referencia obligada: el boom latinoamericano. A veces considerado como corriente literaria, otras veces como mera estrategia de marketing, el boom siempre ha sido un fenómeno confuso. Sin embargo, a pesar del casi nulo consenso en torno a su definición y características, sí existen puntos en común a la hora de abordarlo.
En primer lugar, el boom fue una explosión en el sentido más literal del término. Antes de la década de 1960, los anaqueles de las librerías sólo exhibían las novedades europeas. Los clásicos, por supuesto, provenían del mismo continente. Todo el canon literario, la formación académica y el pasado colonial, predisponían a los lectores latinoamericanos a consumir las historias del primer mundo. De repente, todo cambió. Un día en las librerías comenzaron a aparecer un tal Gabriel García Márquez y un tal Mario Vargas Llosa, completos desconocidos que, en breve, se convertirían en verdaderos rockstars de nuestra región. La relación entre el consumo local y el extranjero se invirtió y, en consecuencia, la literatura latinoamericana se expandió como nunca.
En segundo lugar, a los nombres ya mencionados se les sumaron las figuras de Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Se ha vuelto un tema frecuente en la actualidad, y hasta una reivindicación política, referirse a aquellos escritores y escritoras que, por distintas razones, fueron relegados del selecto grupo conformado por estas personalidades. Resulta ilustrativo, entonces, mencionar algunos de esos motivos para entender por qué esta agrupación se proyectó como emblema del movimiento.
Seamos directos, a las figuras literarias excluidas, sin importar la calidad y la innovación de sus trabajos, se les rechazó por ser mujeres, homosexuales y hombres poco atractivos. En otras palabras, y a decir de la periodista Leila Guerriero, “el boom fue un boom de testosterona” (Canal Encuentro, 2020). Poco importaba que Elena Garro, Clarice Lispector, Manuel Puig, Juan Carlos Onetti, José Donoso y una gran variedad de literatos estuvieran produciendo obras interesantes, tanto García Márquez como Fuentes se las daban de guapos y eso bastaba. Incluso cuando una escritora llegaba a colarse en este círculo intelectual, generalmente por mantener una relación afectiva con alguno de los miembros, se le valoraba no por su creatividad, sino por su belleza y sentimientos, siendo marginada comúnmente al papel de musa.
Por otro lado, estos cuatro personajes tenían otro punto en común: la agente literaria Carmen Balcells. La situación más típica por aquel entonces era que las editoriales se llevaran la mayoría de las ganancias por la venta de los libros y que los escritores apenas y recibieran pago por su trabajo. Balcells llegó a cambiar las reglas del juego; no sólo consiguió contratos jugosos para sus representados, sino que también se ocupó de todas sus necesidades, exigiendo a los escritores del boom la dedicación exclusiva a la labor literaria. No es un logro menor porque, por primera vez en la historia, los escritores latinoamericanos pudieron escapar de la necesidad de un segundo oficio, regularmente el de periodista. Sabiendo esto, es inevitable recordar aquella famosa frase de Patricia Llosa que recitara su esposo en la entrega del nobel: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Por último, el contexto. Las temáticas y las locaciones de las novelas del boom están notoriamente influidas por su época. En ocasiones cargadas de un exacerbado nacionalismo y una tendencia hacia el indigenismo, en su mayoría, van sobre las dictaduras, los conflictos históricos, la milicia y la conformación de nuestros pueblos; son expresión, pero sobre todo denuncia de las injusticias. No podría ser de otra forma en un momento histórico de intenso imperialismo estadounidense, Guerra Fría y gobiernos autoritarios. Asimismo, se dejan atrás las frías ciudades europeas para trasladarnos a los espacios tropicales en continua transformación y encuentro con lo moderno, obligados por la intensificada industrialización de la que fue objeto Nuestra América.
Así, los ingredientes de este platillo llamado boom están sobre la mesa. Entenderlo en su especificidad es fundamental para lo que nos ocupa a continuación. Durante mucho tiempo, se intentó agrupar a los escritores y las escritoras de las siguientes décadas en categorías que poco o nada nos decían, pero que brindaban cierta continuidad al camino trazado por Cortazar y compañía: generación posboom, segunda generación, tercera generación, etcétera. La categoría nuevo boom, por el contrario, y a primera vista, cuenta con una marcada connotación de ruptura respecto de sus predecesoras. ¿Qué tanto hay de verdad en ello?
En la última década, la producción literaria de las mujeres latinoamericanas se hizo conocida y consumida en nuestra región y allende sus fronteras. En México, destacan figuras como Fernanda Melchor, Guadalupe Nettel o Valeria Luiselli. De Argentina, son famosas las obras de Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o Dolores Reyes. Mónica Ojeda de Ecuador, Pilar Quintana de Colombia, Fernanda Trías de Uruguay y Liliana Colanzi de Bolivia son también algunas representantes de este nuevo movimiento.
Se trata de mujeres cuyas obras, además de agotarse, volviendo una exigencia las reimpresiones y reediciones, son habitualmente galardonadas con premios prestigiosos y diversos. Nuestra parte de noche (2019), de Mariana Enríquez, por ejemplo, es un Premio Herralde de Novela; Mugre Rosa (2020), de Fernanda Trías, se llevó un Premio Sor Juana Inés de la Cruz y Pilar Quintana hace dos años ganó el Premio Alfaguara por Los Abismos (2021).
La crítica y el público parecen impulsar al mismo tiempo el éxito de los libros escritos por estas mujeres, de ahí la comparación con el viejo boom. Fuera de ello, las propiedades de este movimiento son totalmente distintas. No sólo porque el contexto sociopolítico de la región ha cambiado, sino porque nuevas temáticas, estilos, formatos y géneros son empujados con fuerza.
Por un lado, mientras en el pasado se privilegiaba la novela como el principal vehículo para contar historias, hoy en día surgen otros canales de expresión como el cuento y la crónica. Por el otro, la condición de mujer de las escritoras forzosamente nos lleva a mirar lo que toda una tradición literaria de hombres se negó a ver durante largo tiempo. Hay en este nuevo boom un compromiso político con el feminismo y la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, y un interés por exponer la experiencia femenina, con todas las violencias que ello implica. Destaca asimismo una literatura más intimista, volcada a la vida cotidiana y la introspección.
No es que estas expresiones carecieran de interés para las escritoras del siglo pasado o de cualquier época. Desde que las mujeres han contado con papel y tinta, se han abocado a hablar de la depresión, la soledad y la locura que llevaban a las mujeres a ser y existir, así como una multiplicidad de temas más que las atraviesan como sujetas sociales. La diferencia recae, por consiguiente, en el foco mediático al que han sido expuestas estas manifestaciones artísticas en el presente.
Sin embargo, sería precipitado suponer que los compromisos y la estética de los libros escritos por mujeres están unificados. En realidad, si existe un paralelismo claro entre este momento y el anterior, éste debe rastrearse en la cuestión de la ambigüedad. Así como Vargas Llosa y sus amigos no pudieron definir de qué se hablaba cuando se hablaba del boom, hoy las escritoras protagonistas tampoco se ponen de acuerdo, de hecho, en su mayoría lo niegan y rechazan incluso agruparse como movimiento.
María Fernanda Ampuero, escritora ecuatoriana, por ejemplo, sostiene que “el boom fue una operación de marketing en la que se invisibilizó la producción literaria de las mujeres, por lo que la comparativa entre ambos fenómenos implicaría olvidar la intención explícita por borrar a las mujeres del canon literario” (Scherer, 2021). Para la boliviana Giovanna Rivero,
“la innegable noción de inmediatez que acarrea el término boom es nociva: pareciera que la mayor presencia en los circuitos culturales y editoriales de la producción literaria de algunas escritoras se hubiera dado por una suerte de ‘incineración espontánea’, sin trabajo de años. Asimismo, la connotación de estallido del boom fragmenta hermandades, elimina genealogías, subestima los caminos y conquistas de escritoras de generaciones anteriores” (Giménez Lorenzo, 2021)
La mexicana Fernanda Melchor, “no sabe si es un boom como tal, pero cree definitivamente que hoy en día existe un enorme interés por las voces femeninas, por las historias contadas por mujeres […] Las editoriales quieren publicar mujeres, y los lectores quieren leerlas” (Scherer, 2021). Mónica Ojeda, por otro lado, menciona lo siguiente: “creo que al llamarnos ‘nuevo boom’ se fuerza las tuercas hacia un pasado ya superado y se hace desde una mirada eurocéntrica y exotizante, por eso se escoge sólo a autoras latinoamericanas de un determinado rango de edad, mestizas y/o blancas” (Giménez Lorenzo, 2021)
Opiniones como las anteriores hay muchas, y en ellas lo que resalta es la negativa de las autoras a ligarlas con la literatura de los cuatro hombres ya mencionados. En efecto, en lugar de preguntarnos por lo nuevo del nuevo boom, deberíamos cuestionarnos, primeramente, el porqué de la necedad —o quizá la genuina ignorancia— de llamarlo así. Sin duda, gran parte de la literatura latinoamericana de nuestros tiempos le debe mucho a obras como Cien años de soledad (1967) o Rayuela (1963), pero la metáfora del sendero común, permeada en nuestro contexto por un discurso latinoamericanista de unión, siempre es objeto de confusiones.
En una entrevista de 1977 para el programa español A fondo, Carlos Fuentes, citando a García Márquez, mencionaba que en América Latina todos —sí, en masculino— estaban escribiendo una misma novela con diferentes capítulos cada uno. La cuestión es que Fuentes siempre estuvo equivocado. En la región, desde siempre, se han escrito varias novelas a la vez, con distintas voces y cuyos fragmentos son aportados por cada generación, de tal manera que las novelas en conjunto cambian —más no evolucionan— y se van pareciendo menos a sus primeras páginas.
Históricamente, la novela dominante siempre ha sido la escrita por los hombres, y ni siquiera por todos los hombres, sino por un grupo dominante que encarna las mejores —o debería decirse más bien las peores— facetas de lo que se considera un macho. ¿Hay acaso otra razón por la que se cuente con tanto fervor aquella anécdota en que Vargas Llosa le propinó un golpe a García Márquez? Es poco probable que un pasaje así, con fuerza de convertirse en leyenda, se origine entre las mujeres que hoy escriben en la región.
Estamos, por tanto, ante un momento que invita a las y los lectores a reflexionar sobre el consumo de las historias. Es un punto perfecto en el tiempo para replantear qué voces hemos escuchado y qué voces queremos escuchar ahora. Tal vez como nunca el abanico de expresiones estéticas y tramas se despliega con tanta amplitud ante nosotros. ¿Por qué no mejor dejamos de hacer comparaciones absurdas y nos dejamos llevar por lo que el mundo de la literatura nos tiene preparado? Alguna que otra cosa aprenderemos en el camino.
Fuentes de consulta:
Canal Encuentro. (2020, June 20). Impriman la leyenda: Capítulo 1 [Video]. Youtube. https://youtu.be/pQD4CfH8TLg
Giménez Lorenzo, C. (2021, November 26). Las jóvenes escritoras latinoamericanas rechazan ser el ‘nuevo boom’. elDiario.es. http://bit.ly/3SBmwPv
Scherer, F. (2021, June 12). El nuevo boom latinoamericano: las escritoras marcan el rumbo. La Nación. http://bit.ly/3EIjDXC
Licenciado en Relaciones Internacionales, actualmente laborando en la Sociedad Mexicana de Autores de las Artes Plásticas. Apasionado de la literatura y el cine, fan número uno del doblaje latino e investigador-académico en proceso.