La tiranía del fascismo en la Luna

Por Lonardini Cristian[1]

En «La última pregunta» de Asimov, la gran computadora mundial del 2091, Multivac, una supercomputadora capaz de responder a cualquier pregunta, que habría llevado a los hombres de aquel entonces a Marte, a Venus, junto a grandes avances tecnológicos y científicos; esta máquina que tiene conciencia propia, comprende que tarde o temprano se queda completamente sola, porque no hay energía en el universo para nacimientos de humanos, ni para vida alguna. Las estrellas también habían muerto. Una soledad absoluta, un vacío absoluto.

Entre las cartas y el humo de los cigarrillos de un grupo de científicos de la gran computadora se alza una voz

– «¿Algún día acabaremos con el fascismo que llevamos adentro?

-Miraron a la máquina de todas las respuestas….

«DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA».

“Fahrenheit 451” es la temperatura en la que el papel de los libros tiende a inflamarse y arder. Esta novela fue objeto de muchas interpretaciones sobre todo con la quema de libros la cual se usa para reprimir las ideas de las personas disidentes. Escrita por Bradbury, salió a la venta en el año 1953, en ella se presenta una sociedad futurística en la que la lectura de libros es prohibida y los bomberos son los encargados de quemarlos. Estas obras por poner un ejemplo no han evitado que décadas después, en pleno siglo XXI, las principales potencias del mundo estén lideradas por hombres blancos iletrados e irresponsables. O que en democracias supuestamente sólidas se secuestren libros y se censure a los pueblos originarios, tildándolos de terroristas. Creo que las distopías son reflejos de denuncias de la dominación, desnudan al monstruo en que se convirtió la sociedad en la que viven. Pero esos libros acaban llamando al desaliento en lugar de a la lucha por cambiar las cosas. Eso es lo que preocupa, reflejos dan como terminado el juego. Llaman a la resistencia pasiva. Total, en los videojuegos no podemos morir, o ¿¿no??

La literatura es el reflejo de la sociedad. Así, sus voces por una utopía tienen que brotar por doquier, ser una construcción de manos y mentes. Si no sería como la flor hecha de metal dentro del satélite Rama, la obra de Arthur Clarke. Entonces, ¿realmente puede la ciencia ficción despertarnos del fascismo?

En «los huevos fatales», el relato de Bulgákov, el autor insiste con la idea de que la sociedad Rusa es como el teatro, y caminan en círculos donde se repite primero como una farsa y luego como una tragedia. El argumento es más o menos el siguiente: en el Moscú de 1928 se produce un descubrimiento científico, un rayo que acelera el desarrollo de las ranas del profesor Pérsikov. El hallazgo es aprovechado por el Estado soviético para criar gallinas, pues una epidemia de peste avícola ha terminado con todas. Pero un error debido al mal uso del invento hace que se utilicen huevos de serpientes, cocodrilos y avestruces, lo que genera espantosas mutaciones. (Para una sátira similar de nuestros deformes, ver el capítulo de Rick and Morty «La poción de Rick)».

Bulgákov se acerca a uno de los problemas más actuales e intenta aclarar por qué por la estupidez e ignorancias de unos tienen que pagar los de abajo, los nadie. Los que toman las riendas en los asuntos, los engreídos del Partido Rojo que corren en su afán de industrializarse. El choque de la ignorancia con la inteligencia terminó a favor del poder, incapaz de crear. Es clara la idea de que la ciencia podría mejorar la vida y la comodidad de la especie humanidad y animal, pero no está dirigida a eso, sino que es controlada como un robot al servicio de generar ganancias. De hecho, hablando de Robots, es curioso el origen y significado de esta palabra. Karel Čapek, junto a su hermano pintor, creó en su obra teatral R.U.R. (Rossum’s Universal Robots ) un término que deriva de la palabra checa para realizar trabajos forzados. “Robota”, que en el antiguo eslavo significa «esclavo», o bien del checo “robota” el cual significa «trabajo».

En resumen, en una isla se encuentra la fábrica de Rossum, la primera compañía del mundo productora de seres artificiales. Creados a imagen y semejanza de los humanos, estos seres poseen unas habilidades extraordinarias, pero carecen de sentimientos. No pueden amar, ni odiar, ni sentir dolor, envidia, o lástima, porque así lo han querido sus creadores. Sin embargo, son ingenios capaces, fuertes e inteligentes. El director ejecutivo de la fábrica, Harry Domin, exporta estas fascinantes máquinas por todo el globo para liberar al ser humano de los pesados trabajos manuales. Pronto, sus creaciones empiezan a ser usadas también como carne de cañón en los campos de batalla…

Esto que nos suena tan similar es reflejo de la sociedad de la que escapaba Čapek, la época de entreguerras de los años 20. Justamente Checoslovaquia, país muy castigado con un gobierno fascista en el poder. Cuando pensamos en el fascismo nos vienen a la mente elementos como la lucha por liderar con mano firme la economía, las migraciones producto de la guerra, la industrialización al servicio de la muerte. Podemos ver dos líneas de argumentos en las distopías, ficciones que hablan del nazismo, y otras que tratan desde democracias deterioradas hacia recortes de derechos. Parecido si miramos la realidad: no somos capaces de imaginar horizontes distintos; pesimistas, hace que se genere un discurso muy reaccionario. Series, cómics o videojuegos que pueden no parecerlo, solo producen distopías en donde lo que se repite es que por malo que sea el presente, el futuro es peor. (Walking dead, Matrix, Terminator).

El presente que vivimos está lejos de querer ser conservado. Hay que pensar que la popularidad alcanzó a la ciencia ficción en los años de la Guerra Fría, si bien podemos rastrearla al periodo de entregueras, como el citado Capék. No obstante, podemos observarlo en el espejo de la literatura una dicotomía que se presenta simple:

Robot = Esclavo. Capitalismo = Consumo.

¿No será esta nuestra farsa?. En una sociedad donde los que controlan los medios de producción, controlan la mano mecanizada que produce el valor de las cosas, ¿cómo pueden sobrevivir mujeres y hombres?. Entonces, podemos pensar que el trabajo que es con el otro, autogestivo, es el que nos libera. Tiene que ver con oponerse a la obligación de competir con otros a la que nos empuja el patriarcado. Hay que crear barricadas antifascistas. Suena un poco a ciencia ficción ¿no?

Quiero cerrar con un ejemplo muy claro, ya que escribo estas líneas en un ambiente de cuarentena, inducida por el gobierno a causa de un virus respiratorio, que es producto justamente del manejo de los medios de producción del capitalismo ―¿Sigue pareciendo un cuento ganador de los premios Hugo, no?―:

Camus, en «la Peste», relata cómo la sucesión de muertes en la ciudad de Orán a consecuencia de la peste, en un año indeterminado durante la década de los cuarenta del siglo XX, incide sobre los vivos, que se comportan de acuerdo con sus contradicciones. El doctor Bernard Rieux confiesa haberlo escrito “para dar testimonio a favor de los apestados, para dejar al menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que se les había hecho, y para decir simplemente algo aprendido en las plagas: que en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

El mundo en que vivía le repugnaba, pero se sentía solidario con los seres humanos que sufrían en él. Debiera ser ambición de todos los escritores testimoniar y clamar a favor de los sojuzgados.

  1. Mi nombre es Leonardini Cristhian. Tengo 29 años, soy de Buenos Aires provincia de Argentina. En 2018 me recibí de profesor en Historia. Me gusta mucho la ciencia ficción, y creo que la literatura es un medio eficaz para desnudar al monstruo de la sociedad, pero también el que llevamos adentro. Hace poco que me doy la libertad de escribir lo que fluye entre mis dedos. Hay que generar espacios para compartir el conocimiento y para estar en movimiento.

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