Por José Ramiro Ortega Pérez
Me daban gracia sus locuras. Quizá comenzaron cuando sintió que la mala suerte lo perseguía y no pudo entender que eran sus propias patas las que se le enredaban solas sin necesidad de zancadillas divinas o de la intervención de los malos espíritus.
Hablaba como la gente de nuestra tierra, casi gritando y exagerando cualquier tipo de relato, tratando de convertir en epopeya hasta las compras del supermercado.
Primero comenzó su racha de mala suerte, varios negocios emprendidos con el entusiasmo de los tiempos y nomás puro fracaso; luego, se juntó con el negro balsero y lo convencieron de que su vecina lo deseaba como marido y para quedarse con él y con su casa le había hecho un trabajo de brujería. Con toda franqueza, nunca pude entender cómo se relacionaba una cosa con otra, pero tenía que portarme serio, o poner cara de circunLeer más